Me quedé mudo. Me vi venir lo peor. Yo acababa de publicar un libro sobre fútbol en un país, mí país, donde todos son doctores en la materia. Cerré los ojos y acepté mi condenación:
–El Mundial del 30 –acusó la voz, gastada pero implacable.
–Sí–musité.
–Fue en julio.
–Sí.
–¿Y cómo es el tiempo en julio, en Montevideo?
–Frío.
–Muy frío –corrigió la voz, y atacó:
–¡Y usted escribió que en el estadio había un mar de sombreros de paja! ¿De paja? –se indignó–. ¡De fieltro! ¡De fieltro, eran! .
La voz bajó de tono, evocó:
–Yo estaba allí, aquella tarde. 4 a 2 ganamos, lo estoy viendo. Pero no se lo digo por eso. Se lo digo porque yo soy sombrerero, siempre fui, y muchos de aquellos sombreros... los hice yo.
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