jueves, 7 de enero de 2010
El remoto paisito del novecientos...
Dichosa edad la del 900, en que todavía el deporte no regía, ni de cerca, el sistema de pasiones prioritarias de los montevideanos. El fútbol había sido hasta hacía poco “cosa de ingleses medio locos” y recién se iba incorporando a las costumbres y gustos de cada vez más criollos. El remo –anterior entre nosotros al fútbol– fue también, en los comienzos, reducto minoritario de ingleses trasplantados, aunque pronto fue prendiendo entre la gente nuestra, según se pudo ver en otro tomo de esta obra.
No se crea, sin embargo, que la juventud novecentista era por completo reacia a los despliegues musculares y las “performances” extenuantes. Así, una crónica de 1900 nos hace saber que los alumnos de 4to. y 5to. años de gimnasia de la Universidad de la República resolvieron un buen día hacer lo que ellos llamaron un “paseo gimnástico” hasta Villa Colón.
Como era “gimnástico”, el paseo fue efectuado, claro está, a patacón por cuadra (como se decía entonces), esto es, a pie, ni siquiera en bicicleta; y participaron en la prueba una veintena de muchachos abnegados, dispuestos a culminar con éxito aquella hazaña caminatoria.
El relato no carece de sorpresas: “La estudiantil falange partió de la plazoleta de la estación del Ferrocarril Central a las 7 y 5 de la mañana, y llegó a la estación de Colón a las 9 y 45, empleando por consiguiente 2 horas y 40 minutos en recorrer las tres leguas que hay de distancia de Montevideo a aquel pueblo”. Nótese la precisión cronométrica de la crónica, que parece anticipar lo que será después un rasgo obsesivo en toda competencia deportiva donde el tiempo empleado define rendimientos y posiciones.
“Después de verificado el almuerzo –prosigue el cronista– se resolvió hacer el regreso igualmente a pie. Se partió del sitio denominado “Plaza Vieja”, en Colón, a las 3 y 40 minutos de la tarde, haciendo los muchachos su entrada triunfal a la plazoleta de la Estación del Ferrocarril Central a las 5 y 55 minutos de la tarde, es decir que recorrieron nuevamente las tres leguas en 2 horas y 15 minutos, con una ventaja, por consiguiente, de 25 minutos sobre la ida. Se explica esta diferencia por dos razones: primero, porque sólo se hizo un descanso de 5 minutos en el Paso del Molino, y luego porque se descendía la cuchilla en vez de ascenderla, como en el viaje de ida”. (Tal vez el puntilloso cronista de la hazaña olvidó un tercer factor nada desdeñable, bien conocido 105 de cualquier cabalgante: cuánto más ligero se anda cuando se retorna a la querencia).
La publicación novecentista comenta con entusiasmo el alarde de los jóvenes universitarios puestos a “sportmen”, como dirían en aquel tiempo en que se anglificaban todos los términos que tuvieran que ver con el deporte: “Es éste el primer paseo gimnástico que verifican los estudiantes, y han dado, como se ve, muestras evidentes de resistencia y coraje físicos que los han entusiasmado, con los estruendosos hip! hip! hurra con que despidieron a su profesor de gimnasia al separarse; manifestaciones que el profesor, señor Lamas, correspondió con un hurra! a los estudiantes de 4to y 5to. años de gimnástica”. Más británica no pudo ser la separación, con los novedosos gritos de victoria y jolgorio recién importados de las islas.
Cualquiera que lea esta crónica se imaginará a los muchachitos de 18 o 20 años –más no tendrían– vistiendo camisilla deportiva, shorts y zapatos de tenis, visto el calibre de la hazaña deportiva que acaban de cumplir; pero por suerte ha quedado una foto que los muestra a todos reunidos en torno a su profesor Lamas en la misma Estación de Ferrocarril, no bien concluida la extenuante caminata (no se aclara si antes o después de los hurras); y entonces descubrimos que todos cumplieron el periplo Montevideo-Colón-Montevideo vestidos de... traje, chaleco y corbata, cada uno con su elegante gacho en la cabeza –salvo dos, que prefirieron galerita–, sin que falte algún par de deportistas que realzaron su prestancia llevando bastón...
Todos parecen los papás de ellos mismos, pero eso no les impidió deslumbrar al Novecientos con aquel “footing” hasta Colón ida y vuelta, con el que demostraron su arrojo e intrepidez de auténticos “recordmen” en ciernes. Hurra por ellos.
Boulevard Sarandi - Milton Schinca
Foto: Ruben Fuentes
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