martes, 2 de febrero de 2010

Candombe: Energía, Ritmo y Vibración

Espiritualidad del cuerpo como experiencia de placer (Gonçalvez, 1997): el candombe es uno de los dispositivos energéticos más poderosos del Montevideo urbano.

Matrimonio feliz entre lo sagrado y el placer corporal, el encuentro y la unión de los cuerpos que se produce en las llamadas del candombe se vive como una experiencia intensa y natural. En una llamada de candombe las afecciones son inmediatas. Afecciones de los sentidos sin la sobrecodificación del lenguaje. Afectaciones corporales en donde la eventualidad de encontrarse con Otro, posibilita una descarga emotiva y una vivencia lúcida (no intelectual, pero tampoco catártica o histeriforme), en donde las formas móviles, impensadas, fluidas, momentáneas y modificables del ritmo se despliegan armónicamente en una temporalidad intensiva que trasciende la temporalidad cronológica.

El ritmo del candombe no es necesariamente técnico, sino que es un espacio-tiempo que desterritorializa al cuerpo individual del sí mismo, en una entrega radical del individuo a la comunidad. Como si en cada llamada se produjese un sacrificio de la individualidad para la sobrevivencia colectiva, socio-histórica, en la potencia de afirmación de la vida expresiva (Muniz Sodré, 2003).

En el candombe vamos a verificar una articulación singular entre fuerzas intensivas y formas expresivas.

Como fenómeno energético el candombe (al igual que la mayoría de los ritmos afros de nuestro continente) es de una inextinguible vitalidad. Sin producir un efecto de trance como se ve en las religiones de origen afro (en el candomblé, en la umbanda, en el vudú o en la santería cubana, por ejemplo), el candombe produce un efecto de trascendencia neuromuscular y emocional en donde se logran superar límites biofísicos y coordenadas espacio-temporales de la cotidianeidad, en el marco del principio del placer, pero sin dejar de lado el principio de realidad.

En el ritmo del candombe encontramos sonidos “puros”, “esenciales”, tocados directamente con las manos y con palos de madera, en tambores hechos de duelas de barrica y con lonjas de potro o de vacuno en su boca superior[1].

A diferencia de otros ritmos la esencia del candombe es la de un ritmo sacrificado y agresivo. Tocarlo demanda un gran esfuerzo y mucha concentración, por lo tanto, energéticamente te liga de una forma muy precisa a los otros tambores y a los otros tamborileros. Es un ritmo donde es fundamental la comunicación, sino se pierde la magia del candombe. De ahí la esencia del nombre “llamadas”. Se llama a otro tambor dentro de la cuerda, se llama a que venga otro músico con su tambor a tocar, se llama a la gente del barrio o de otros barrios a que participe bailando o acompañando a los tambores. En este sentido el candombe es un ritmo esencialmente participativo, en donde su esencia consiste en juntarse para dialogar, comunicar y “llamarse”.

En las llamadas barriales se vivencia esa esencia al participar de una energía común, que no le pertenece a nadie en particular y le pertenece a todos. El candombe en las llamadas no se posee, “se es”, al igual que entre los tocadores viejos se decía que “se es” un tambor[2]. Esta referencia individual implica que el tamborilero está dando un aporte individual para un resultado colectivo, que a su vez trasciende al grupo y puede conectarlo con las fuerzas de la historia del candombe o quizás de la naturaleza[3].

¿Cómo vibran energéticamente los cuerpos en el candombe?

Desde el punto de vista energético cada cuerda de tambores tiene una energía particular en su toque. Las de Sur son más estables y cadenciosas. Las de Ansina, Buceo, Nuevo Malvín y Cordón son más rápidas y agresivas.

Cada tamborilero que va tocando va expandiendo su energía en distintos niveles, la vibración que se produce en su cuerpo, en el suelo y entre el cuerpo de los demás es muy fuerte.

Si bien el ritmo es muy simple y se llega por la unión de por lo menos tres tambores combinados (chico, piano y repique), en lo que en términos musicales se llama obstinato (la repetición de un mantra rítmico), a nivel colectivo el efecto que se produce es un estado energético donde se vivencian aspectos no ordinarios en medio de un contexto festivo (“subtrance” –D. Arce, 1997-, “elevación” –B. Arrascaeta, 2000-).

“En algunos momentos de las llamadas te tornás espectador de lo que estás tocando y potenciás todas tus facultades rítmicas y armónicas. Hay veces que me siento espectador de lo que haré pocos segundos después. Intuyo, veo con anticipación el fraseo y no lo hago si no lo considero adecuadamente fluido. Otras veces siento como si un “negro viejo” bajara a través de mi cuerpo y tocara por mí. En esos momentos muy ocasionales el cuerpo se me impregna de ciertas cualidades musicales. Sos la música que estás tocando ... y como diría Gismonti: ‘ser esa música es ser otros mundos’ ” (Testimonio de un tamborilero repique de Ashanti luego de desfilar con su comparsa por el barrio).

En determinados momentos de las llamadas se generan momentos de magia muy bellos pero difíciles de lograr. A veces este momento lo produce la cuerda de tambores cuando “sube” (es decir cuando toca con mayor intensidad y rapidez). En otras oportunidades se da cuando los llamados entre los tambores se producen armónicamente y la comunicación adquiere una excelencia musical. Otras veces viene de la gente que acompaña bailando. Son momentos netamente orgásticos donde, por lo general, se experimenta una sensación intensa de corporeidad (más allá de la organicidad propiamente dicha y de la propia conciencia). Corporeidad entendida como territorio en donde se entremezclan planos materiales, espirituales y energéticos.[4].

Desde el punto de vista energético se da, en las cuerdas de tambores bien tocadas a lo largo de las 2 o 3 hrs. que duran las llamadas, un principio de autorregulación (auto-ordenado, auto-organizado) con un equilibrio antientrópico, dinámico, inestable y disipativo, pero sin desperdiciar inútilmente energía (Prigogine,1984).

Tanto en su danza, como en el toque se produce un fenómeno energético visible que es el aumento de la movilidad, de la motilidad, de la expresividad y de la sensibilidad en los cuerpos de los participantes. Estos efectos se producen en el marco de un proceso grupal y comunitario, que está enraizado tanto en el principio de placer como en el principio de realidad. A medida que la descarga rítmica aumenta, la carga del cuerpo trasciende el organismo y la atmósfera que rodea al organismo (el campo energético) se expande intensamente a su alrededor. En algunos casos el cuerpo puede perder el sentido de sus límites habituales. En términos freudianos el yo puede verse inundado de una fuerza energética que lo desborda, y el ello puede entrar en contacto directo con la naturaleza, con el universo, o con un proceso socio-histórico, a través de dicha expansión energética. En el candombe, este proceso no lleva a un estado de despersonalización o de disociación, sino que conduce a estados intensamente placenteros donde la realidad cotidiana se amortigua pero no desaparece.

Este proceso de expansión bioenergética del candombe, de carga de los tejidos, es altamente expresivo, y si bien es algo que se ve en sus efectos, es un suceso, un acontecimiento, con un alto grado de “invisibilidad”. Las calles de Montevideo están impregnadas de esta carga invisible emanada del candombe. Podríamos decir que el ritmo del candombe alimenta el cuerpo de todos los montevideanos, aunque ellos no lo sepan[5].


[1] Según el músico brasileiro Egberto Gismonti (1990) el sonido esencial es el único que te toca más allá de ti mismo como persona. Si escuchás un sonido esencial (aun a despecho de ti) esa música te acercará a tu propio latido ya que todos nuestros corazones están latiendo al unísono, en resonancia con ese sonido esencial.

[2] A diferencia de la tendencia actual de tocar en un breve tiempo los tres tambores, antiguamente los “negros viejos” te indicaban pedagógicamente cual tambor eras (“vos sos chico”, “vos sos piano”, “vos sos repique”) pudiendo permanecer durante muchísimos años tocando el mismo tambor.

[3] En sus últimas investigaciones (ya alejadas de la clínica de consultorio) Wilhelm Reich concluía que el organismo es un trozo de cosmos. Para Reich (1980) la expresión emocional expansiva plena es un anhelo cósmico. Desde esta perspectiva reichiana, la música es funcionalmente idéntica a la expansión emocional. Internarse en los sonidos como tocador posibilitaría sentir y comprender el lenguaje expresivo emocional primario en nosotros mismos. El ámbito de la música puede ser el lugar de reencuentro con la emoción perdida, ya que, en nuestro cuerpo energético-expresivo-emocional, todos los tejidos son virtuales portadores de una carga energética vibracional.

[4] El tocador en esos momentos puede sentir una sensación de carga, de resplandor y de calor en sus manos que es bellísima. Hay candomberos que sienten el toque en el hara (que es uno de los centros energéticos más potentes), otros en la zona del plexo solar, otros en la zona entre el corazón y los pulmones (el core), que es el pulsar de lo que los chinos llaman el zong qi (“el ritmo de las estaciones y las estrellas”).

[5] Esta investigación pretende ser una pequeña contribución a crear un lugar académico para esa “historia viva” del candombe que se vive y se escribe en las calles de nuestra ciudad.

Por otra parte, podríamos preguntarnos: ¿porqué este tipo de investigaciones sobre el candombe han tardado tanto en surgir en nuestro país? Quizás una de las razones es que a través de la investigación corremos el riesgo de volver a cuestionar la identidad de un pueblo surgido del mestizaje, el cual lleva aun en su memoria más cercana esta herida oculta. Esta memoria oculta y en ocasiones olvidada, negada como el color de la piel de la aculturación, no hay que buscarla sólo en los afro-uruguayos (que son concientes de ser descendientes de africanos) sino también en el resto de nuestra población. La memoria de la esclavitud, de la violación y del dominio está oculta o negada, en el corazón de la mayor parte de las familias uruguayas y constituye un elemento indispensable y significativo en la identidad. La matriz étnico-cultural de donde nace nuestra identidad oriental está formada por el contacto entre el europeo, el africano y el indio. Y este mestizaje es un mestizaje de sangres y de culturas, de sangre y de semen (Gonçalvez, 1996).

Luis Gonçalvez Boggio

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy, muy bueno. Todo tamborilero debe entenderlo asi

Anónimo dijo...

Me encontré de casualidad con este viejo artículo que escribí para un congreso, en vuestro blog. Les mando un gran abrazo a toda la gente querida de La Figari. Luis Gonçalvez Boggio (más conocido como El Chino, repique de La Gozadera -Michigan-, Elumbé y ahora Swahilli). Aguanten esos tambores, amigos de La Figari.

Francisco (Blogger) dijo...

Estimado Luis;

Muchas gracias por tu extrema gentileza, encontré ese artículo que es sencillamente estupendo y me tomé el atrevimiento de publicarlo con el afán de que mas gente pudiera leerlo, por supuesto que indicando a quién pertenecía.

Te envío un gran abrazo compañero, nuestro blog está a tu disposición cuando gustes.